sábado, 15 de octubre de 2022

Segunda Transcripción

15/10/2022

LEER PRIMERA PARTE    

    Les pido disculpas, recién puedo avanzar con la transcripción. Todavía me faltan páginas. Voy de lerdo porque tengo que buscar algunas palabras españolas antiguas en el diccionario. Por ejemplo; Abrego (viento suroeste) o Realengo (Villa o lugar perteneciente a un rey) Aimogasta era un Realengo. También reemplazo algunas formas típicas del español, como el dativo "Os", el posesivo "Vuestro" para hacer mas clara la lectura. 

    Ayer y hoy por la mañana me encontré con unos tipos que me observaban desde un auto. No estaban justo frente mi casa, sino a unos cuarenta metros. No sé quien o quienes me han leído estos días y si esta visita tiene que ver con lo que sospechaba. Ojalá sea paranoia. Soy vecino de un funcionario público y por ahí son policías de civiles que custodian a dicho funcionario. 

    Bueno, sin mas rodeos les envío lo poco que transcribí del documento:

***

Hojas 6 - 10

    Ya cerca, bajé del caballo y desenfundé mi espada. Me acerqué sigilosamente entre arbustos. En la boca de la cueva encontré un salvaje macho y doce hembras en pleno ritual. El macho estaba parado con sus brazos extendidos en forma de cruz, las piernas abiertas y mirando hacia arriba como en estado de trance. Las hembras eran jóvenes hermosas que danzaban e imitaban sonidos de animales, en medio de humo y llamas que salían de adentro del túnel. Los tomé prisioneros y los enfilé con el resto de la manada que llevábamos a Aimogasta. 

*** 

    Luego de una maloca, antes del atardecer, separábamos los salvajes para evitar rebeliones. A los machos jóvenes los poníamos con crías, hembras y viejos. Luego los atábamos con grilletes, formábamos pequeños grupos y los anclábamos en algarrobos y quebrachos cercanos. 

    Las hembras que encontré en la cueva eran vírgenes. Por este motivo fueron enviadas a La Nueva Rioja para que el gobernador disponga. Normalmente corrían mejor suerte que los salvajes que quedaban en los campamentos, ya que eran civilizadas y usadas para quehaceres domésticos de conquistadores y feudos. 

    Pasaron dos días de esa maloca, cuando muy temprano por la mañana llegó un Jesuita de La Rioja. Vino apurado y ansioso por hablar conmigo. Yo todavía dormía cuando abrió mi tienda imprudentemente y preguntó sin saludar: 

    -¿Usted encontró a los salvajes en la cueva? 

    Me senté en el catre, apenas distinguiendo quien y que era. Le respondí  pesadamente que sí con la cabeza. Tras bostezos, le describí lo que había visto. 

    - ¿Vio objetos o dibujos en las paredes de la cueva? – Indagó nuevamente. 

    Le dije que no presté atención. Solo había tomado al macho de los pelos y lo arrastré hasta donde había atado mi caballo. Lo maneé y lo llevé a tiro hasta juntarlos con los otros dieciocho salvajes que trajimos. Las hembras nos siguieron solas. Siempre siguen a los machos cuando los trampeamos. 

    Me pidió que lo llevara de inmediato hasta el lugar donde los había encontrado. Ensillé y fuimos al galope hacia el sur. Recorrimos toda la zona pero, extrañamente y para mi sorpresa, la cueva había desaparecido. En el medanal todavía estaban marcadas las huellas del día anterior. Pero ahora era una loma sin huecos. Le juré al Jesuita que ahí era el lugar. Se mostró crédulo y no le sorprendió nada aquel suceso. Recorrimos otras partes hasta el atardecer, sin encontrar nada. De regreso al campamento se mantuvo en silencio todo el camino.

    Al llegar a Aimogasta, el Jesuita fue hasta el corral donde estaba el Chamán. Me pidió que lo acompañara y le tradujera.

    - Pregúntele quien es. – me dijo. 

    Le hice la pregunta en cacán y el Chamán levantó la cabeza parsimoniosamente. Con vos suave respondió: 

    - Soy el que soy. 

    - Pregúntele de nuevo. – insistió el Jesuita indignado y sorprendido. 

    El viejo miró a los ojos al joven sacerdote y respondió: 

    - Usted sabe quién soy. Soy la luz hecha carne. 

    Apenas terminé de traducir, el cura sacó de su morral un rosario, una pequeña alcarraza[1] y se hizo la señal de la cruz. Rezó unas oraciones entre dientes y ungió al Chamán con agua bendita. Después de esto, dio media vuelta y comenzó a caminar. Mientras se retiraba me dijo que no lo matáramos ni lo dejáramos ir. Debíamos esperar hasta que él regresara. Montó el zaino en el que había venido y emprendió su regreso a La Rioja. La desaparición de la cueva, ese breve diálogo y la reacción del Jesuita, me despertó una incontrolable curiosidad sobre aquel extraño salvaje. 

CONTINUA

[1] Vasija de arcilla para conservar agua.

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