sábado, 19 de noviembre de 2022

El inspector municipal que triunfa en la filarmónica de Viena

Esta es una de esas historias que se cuentan en reuniones familiares y en café de la rioja, pero nunca fue publicada. Es como la del soldado que bailó con una fantasma o esa conocida pareja que quedó trabada en un coito. 

Todo comenzó con un plan. No con una planificación, sino con un plan social que recibió un riojano capitalino del barrio Antártida III: Juan Gilberto Chacoma. Un desocupado que fue beneficiado por el PROCALA (Programa de Capacitación Laboral), y en consecuencia; afectado en la Dirección de Tránsito Municipal. Sin querer y por casualidad. Como todas las cosas que están predestinadas a los grandes hombres que hacen historia. 

La mañana del 27 de noviembre, Gilberto y cuatro mujeres asistieron a la primera capacitación práctica sobre normas de tránsito. Además de las normas básicas, les explicaron sobre como completar los ítem del talonario de multas. Cada uno recibió una pechera reflectiva y el instrumento con el que Gilberto saltaría a la fama: el pito. 

Sobre este último, no era necesario entrenamiento porque: - ¿Quién no ha soplado un pito en la vida? - Dijo el capacitador en doble sentido y tono jocoso. Gilberto no dijo nada, pero el nunca había soplado un pito en su vida. 

Al día siguiente salieron por primera vez a la calle. Estuvieron como veedores de un control de motos en avenida Rivadavia, a altura de iglesia de La Merced. Gilberto no tuvo ocasión de utilizar el pito esa tarde. Simplemente lo pusieron a observar el modo de proceder de un experimentado inspector de planta permanente. Debía prestar atención a como hacer las señas con los brazos para detener una moto, como pedir carnet de conducir, tarjeta verde y casco. Pero sobre todo, debía aprender la frialdad robótica del trato de un inspector de tránsito. Observar como no debía involucrarse emocionalmente con los motociclistas, ni entablar diálogos de confianza que lo sensibilizaran o den pie a un posible ofrecimiento de coima. "Una coca no es el pase a la libre circulación de un motociclista irresponsable sin papeles". Era la frase que aparecía en la primera página de los apuntes de la capacitación, y que resumía la estirpe de la nueva camada de inspectores.  

Gilberto estaba muy emocionado y entusiasmado por comenzar a usar el poder que había adquirido por esas casualidades de la vida: detener con un simple pito, máquinas de hierros conducidas por humanos desconocidos. Esta oportunidad se dio cuando terminó la capacitación. 

El primer día que salió solo, le asignaron un tramo de calles fáciles de controlar y ordenar. Alberdi, específicamente las cuadras comprendidas entre Joaquín V. González y Belgrano. 

La grúa lo dejó a las nueve de la mañana frente a la escuela Mitre. Le pidieron que se encargue de ordenar a los padres desconsiderado que dejan sus vehículos en cualquier parte y bloquean indolentemente el paso en esas arterias.

No usó el pito hasta el medio día. No hizo falta. En toda la mañana le bastaba con acercarse y decir; "circule por favor", "no puede estacionar acá", "a la vuelta hay estacionamiento de motos", etc. 

Cuando llegó el horario de salida de los chicos de la escuela, un auto se estacionó en la salida de una cochera. El dueño del vehículo se fue y dejó las balizas puestas, como si éstas lo hicieran invisible o le dieran el permiso que solo las ambulancias, bomberos y policías tienen. 

El momento de Gilberto había llegado. Se aproximó hasta el vehículo infractor, acomodó el pito en la mano derecha como un arbitro, tapó parcialmente con un dedo la salida de aire del instrumento y se lo llevó a la boca. Inspiró por la nariz y sopló por primera vez el pito. La melodía que se escuchó fue: "Villancico de las muñecas famosas"fabulosa obra de una publicidad española del año 1972. Una escala en clave de sol, con golpes monotónicos tipo chaya que llamó la atención de todos los que estaban en esa cuadra. Los chicos de la escuela se asomaron absortos por las ventanas de las aulas. Los automovilistas se detuvieron y bajaron de los autos como si hubieran sonado las trompetas del apocalipsis. Los vecinos salieron de sus casas, dejando los quehaceres domésticos a su suerte. Los turistas que visitaban el museo Inca Huasi, salieron atraídos por esta bella melodía y se pusieron a bailar en la vereda. 

Apenas terminó de soplar el pito, espontáneamente la gente explotó en un aplauso y ovación que duró casi diez minutos. Todos pedían bis y reclamaban que no muevan el auto de la puerta de la cochera, para que Gilberto vuelva a entonar otra obra con su pito. Nada le importaba a la gente, ni el calor, ni la hora, ni el hambre. Desafortunadamente, el infractor movió el auto y todo volvió a la mediocre calma. Desde este día, nada volvería a ser lo mismo en las calles de La Rioja.    

Todo quedó como un mito, como un hecho poco creíble e imaginario de los pocos que había presenciado el micro-concierto de Gilberto. Tal como sucede cuando un grupo de personas ve un ovni. Nadie les creía a los testigos de aquel bello momento protagonizado por un novel y talentoso inspector de tránsito. 

Después del episodio de calle Alberdi, Gilberto llegó a un acuerdo en la dirección de tránsito: trabajar solamente los fines de semana y feriados. Y descansar de lunes a viernes o días hábiles. 

El primer fin de semana le tocó trabajar en plaza 25 de Mayo. Ese domingo el mito se hizo realidad. Era tarde-noche cuando un Fiat Punto se estacionó en la parada de Taxis. Aunque no estorbaba en absoluto el trabajo de los taxistas, los pocos choferes que había esperando pasajeros, reclamaron la invasión de su territorio. 

Gilberto caminaba desafiante jugando con el pito. Lo hacía girar en su mano, enrollando y desenrollando el cordón en un sentido y en otro, hasta que el pito le golpeaba los nudillos. Uno de los taxista le chifló y le hizo señas para que corra al intruso.  

Atento al reclamo, Gilberto acudió hasta el lugar de la infracción. Al no ver a nadie en el vehículo, repitió el ritual de preparación que había realizado días anteriores en calle Alberdi. Esta vez pensó que era necesario soplar con mayor fuerza, porque el bullicio de la plaza lo iba a hacer pasar inadvertido. Llenó sus pulmones y sopló una polca francesa de Eduard Strauss llamada "Saludo a Praga, opera 144"

El obispo tuvo que detener la misa de la catedral, porque todos los feligreses salieron como ratones atraídos por la flauta de Hemelin. Fueron tantos los testigos, que ya nadie podría dudar de la existencia de aquel extraordinario músico.

Desde ese día, todos los fines de semana el centro de La Rioja comenzó a llenarse de infractores. La gente dejaba mal estacionado los autos donde lo veían a Gilberto, simplemente para escuchar su arte. Había días que Gilberto hacía entre 1.250 y 1.500 infracciones. La gente pagaba gustosa las multas, porque no representaba ni el diez por ciento de los que costaría ir teatro Colón en Buenos Aires. 

Algunos decían que se quedan corto al comparar a Gilberto con un espectáculo del teatro Colón. Afirmaban que solo era comparable con André Rieu o Martha Argerich, y si de gastos se trataba, había que calcular un viaje a Italia para presenciar un espectáculo en Arena Di Verona. Es decir, una multa era una bicoca.  

Pero todo no era color de rosas. Los celos y envidia de los otros inspectores comenzaron a hacerse sentir. Incluso el jefe de la Dirección de Tránsito Municipal se sentía opacado por Gilberto, quien recibió de la mismísimas manos del intendente su pase a planta permanente. Nunca la municipalidad había recaudado tanto como en la época de las multas de Gilberto. Esto le carcomía el alma a muchos envidiosos que comenzaron a hacerle estragos al pobre. 

Lo citaban a controles de tránsito que no existían y lo hacían esperar horas hasta que le avisaban que se suspendía el control. Una vez le llegaron a poner talco en el pito para que cuando soplara quedara en ridículo. Lo máximo fue el día que intentaron hacerle una cama, mandando a un infractor cómplice con cámara, para que filmara el intento coima y lo acusaran de corrupto. Pero Gilberto era incorruptible y esta maniobra fracasó. 

El día que Gilberto fue a cobrar por primera vez el plan, en la fila adelante de Él, estaba Don Horacio Luna. Un viejo empleado municipal que solo se lo veía en la municipalidad cuando iba a firmar planillas y el día de cobro. 

- ¿Vos sos Gilberto, el inspector del que todo el mundo habla? - Preguntó Don Horacio.

- Si, soy yo. -  Respondió Gilberto

- Siempre digo: cuando lo vea, lo voy a hablar a este Chango. Menos mal que te encuentro acá. 

Gilberto pensó que le iba a pedir que vaya a dar serenata a alguien con el pito o que toque en alguna reunión familiar, como ya le habían pedido otras personas. Pero no. 

- Apenas tenga posibilidad irse de La Rioja, no lo dude. Usted es muy bueno y acá los Diaguitas nos sacamos los ojos entre nosotros, nomás. No soportamos que a otro le vaya bien. Usted es muy talentoso y van a hacer lo posible para verlo tropezar y caer. Me acuerdo cuando yo entré a la "Muni". Era como vos. Idealista, con ganas. Laburaba como negro, con un compromiso y una dedicación sinigual. Apenas me destaqué un poquito, los mismos compañeros me comenzaron a hacer quedar mal. Me acusaban de que me robaba las cosas, cuando era ellos mismos. A causa de esto, me mandaron a la jaula de los leones. Me afectaron al zoológico. Ahí los únicos testigos de las cosas que hacía bien, eran los animales y ni siquiera ellos me lo reconocían. ¡Vayan a la mierda! Me hartaron. Cuando tuve la posibilidad de hacerme el boludo, no volví mas. Vengo a firmar y cobrar nomás. ¿Para qué? Para que siempre sean los mismos chupamedias los que llegan y uno que pone el pecho todo los días e intenta hacer las cosas bien, lo maltratan o lo ven como uno bobito. No vale la pena.

Otro empleado que hacía fila, escuchaba y condescendía todo lo que decía Don Horacio, intervino y agregó:

- Tiene razón el Don Luna. Acá para tener plata tenés que ser político y estar prendido a la teta. Son contados con los dedos de la mano los honestos que hicieron plata por derecha, y pueden dormir tranquilos.  

- Y nadie los jode porque no se los conocen y ni se involucran en nada. - Dijo Don Luna y continuó:

- "El primer clavo que sobresale en La Rioja, recibe el martillazo". Le digo de corazón M'hijo y sin maldad, apenas pueda váyase de La Rioja. Triunfe en otro lado y después, si tiene ganas, vuelva.   

Gilberto escuchó con atención y coincidió en cada cosa que le decían aquellos hombres. El poco tiempo que llevaba, la había pasado mal. 

Don Horacio Luna, cuan brujo predestinó la suerte del muchacho. El día que Gilberto tocó el pito en la plaza 25 de mayo, una persona lo filmó y publicó el video en Youtube. El video se viralizó en toda Europa central. Principalmente en Austria, donde se lo mostraron al director de orquesta argentino: Daniel Barenboim. Al ver el video quedó fascinado con el pito de Gilberto. En menos de una semana, Baremboin se comunicó con Gilberto y no le resultó difícil convencerlo para que se integre a la Orquesta Filarmónica de Viena. 

Gilberto ahora vive en Austria. Los europeos lo aman y lloran cuando ejecuta "El bueno, el malo y el feo" de Ennio Morricone. 

Ahora no solamente podemos presumir de riojanos destacados contemporáneos como Carlos Menem, Luis "Matatín" de la Fuente y Ramon Díaz. Otro hijo de esta tierra llamado Juan Gilberto Chacoma, triunfa en ámbitos donde los riojanos nunca hemos soñado llegar.

Esta historia debe ser leída, antes que la borren.

El Escribidor

Después contaré la historia del vendedor de Telebingo que hoy es numerólogo de estrellas de Hollywood y la de un modesto chofer de funcionario que llegó a ser testaferro millonario. 


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