miércoles, 15 de abril de 2020

Apocalipsis

El poder invisible de la muerte anda suelto. Sacude nuestras conciencia y nos obliga a examinar nuestras conductas. 
Los mas afortunados tienen alimentos y un techo donde guarecerse con sus familias. Se ha arrasado con todo. Solo quedaron recursos básicos, lo imprescindible ahora es único. La fuerza de trabajo se conduce a lo esencial, a lo vital y a lo que realmente es necesario para otros humanos. Ese otro, ha vuelto a aparecer entre las prioridades individuales. Hemos comenzado a comprender la fraternidad en su esencia. 

Las escalas de valores han emergido como titanes colosales, devorando las miserias en las que han estado sumergidos. Reviven virtudes perdidas, como la libertad de hacer por sobre la de parecer. La excelsa igualdad es iluminada por la finitud de la vida, que había sido ingenuamente despreciada y enviada a la oscuridad del olvido. El derecho y la necesidad de amar y ser amado es el único verso que reza en la constitución del inconsciente social. Caen velos que desnudan sanas, genuinas y anónimas voluntades al servicio de todos. Pero también, queda expuesta la vergonzosa incapacidad de oportunistas, pseudos líderes y de los que buscan provecho individual en esta tragedia. Ellos serán colgados en el árbol del tiempo como vergüenza pública.  

La humanidad camina por la senda que nos conduce a lo que se creía utopía. Las viejas generaciones pagan este pasaje, adelantando los tiempos de lo naturalmente irremediable.  

Ojalá sea la última lección. Después de este sacrificio tenemos una sola alternativa; ser mejores. Porque afortunadamente, el final de la humanidad como la hemos conocido, está cerca.

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