Sudabas lluvias de arcoíris. Las gotas fueron sembradas en suelos de cualquier lugar, como en tu ropa modesta.
Fuiste un niño envuelto en armadura de noble caballero. Tu escudo y espada fue el enojo compulsivo, con el que intentaste vencer a los monstruos de la mediocridad y la imperfección. No supiste diferenciar fuertes de frágiles.
Lograste domar caballos y dragones. Te hiciste amigo de las aves, las flores y pusiste banderas en lugares no conquistados por nadie. Criaste y enseñaste a volar a un gorrión, mientras creabas las mejores flores de tu vida. Antes de partir, pintaste el cielo en medio de un infierno oculto. Lamento no haberme hecho querer como correspondía. Ve en paz, tu dulcinea te espera. Hasta siempre.