jueves, 19 de julio de 2012

Mi rincón en el mundo

El colectivo se perdió en un ancho camino de arena, el ruido del motor se desvaneció lentamente como un eco en el vacío. Me quedé parado en medio de la que parecía ser la única calle del lugar, solitario en la siesta silenciosa de un viejo pueblo del interior de La Rioja. Tenía la mirada molesta por el sol, todavía conservaba el jopo peinado, pero la nuca la tenía despeinada. La camisa lisa celeste un poco arrugada y fuera de la cintura del pantalón de gimnasia y con uno de los mocasines de cuero chancletiado. Figura propia de un turista mal dormido y un chofer apurado.
     Sostengo en mis manos la caja de un televisor moderno atada con hilo sisal, que en realidad es mi fina valija improvisada. De televisor moderno solo para aparentar un buen pasar. En mi espalda soporto el peso de la mochila de una desconocida orquesta llamada “Iron Maiden”, en la cual transporto una botella de coca de tres litros con jugo saldan de naranja y un "taper" de helado de grido de tres litros (Vainilla, Frutilla y Dulce de Leche); conteniendo sanguchitos de milanesas que me preparo la mámi para el viaje.
     Siempre creí que los gallos cantaban al amanecer, sin embargo el kikiriqueo de un gallo rompió el silencio del lugar. Un perro anunció mi presencia en el pueblo con ladridos desde el fondo de una alta y vieja casa de adobe, situada en esa avenida de arena donde todavía me encontraba parado buscando una sombra para planear mi estadía.
     Los ladridos se hicieron cada vez más cercanos y mis pensamientos comenzaron a convertirse en palabras.

_ San Roque, San Roque...que ese perro ladre, pero que no me toque!

     La enorme y reseca puerta de madera de la casa se abrió, y una orden adiestradora de canes sonó:

_ Rajá pa' dentro Choco y mie! Da!..pa dentro te digo!. Andar ladrando a la gent...miecha che!

     Ahí la vi. Su remera de "Los Palmeras", un chupín rojo suave cuya bragueta atada al botón con un elástico dejaba ver una bombacha de encaje gris, que tapaba una pelvis que quería escapar como la teta de una cámara de bicicleta.   Cómo olvidar esas sandalias de taco bajo, con una tira detrás y un hueco en la parte de adelante por donde salía el dedo gordo quedando los otros aprisionados.

     Mi mirada se fijó en su cuerpo voluminoso, formando en mi mente una imagen que quedó guardada para siempre, como la sombra que proyectaba en la puerta de aquella centenaria casa. No lo sé, habrán sido las feromonas que emanaban mis axilas o simplemente amor a primera vista. Esa tarde quedó en mi recuerdo para siempre.
     Luego de la orden, el perro puso su cola entre las patas, tiró sus orejas para atrás y entró caminando agachado y lentamente hasta su cucha.
     Sin saber qué hacer, en tono de turista internacional le pregunté:

_ ¿Sabes dónde puedo alojarme?
     Sustituí la palabra “dormir” por “alojarme” para denotar lo que me sentía: un codiciado foráneo. 

_ Si... ha visto, aquí como a tres cuadras, siga derecho va a ver un cartel que dice: Parada Nº8 Cotil. Ahí vive doña Vicenta Alcaraz viuda de Chanampa. Ella sabe recibir gente y dar de comer.

     Su tonada era simpática, pero sexi a la vez. Mi intención era entablar una conversación, pero no se me ocurrían excusas, así que acudí a la apariencia de trotamundos;

_ Sería como un Hostel...¿Digamos?.
_ ¿Cómo dice?
_ ¿Es como un hotel? ¿Un apart?
_ Cla...ella tiene piezas, ¿vio?. Usted hable ahí con ella, ella le va a decir...siga derecho por ahí, ¿Quiere que lo acompañe?.

     La pregunta causo un cosquilleo en mi estómago y un fruncimiento en el upite. Mi respuesta fue inmediata, como el manotazo a la caja en la que traía mi vestuario.
     En el camino no me animaba a mirarla. Caminaba haciéndome el coqueto y mirando hacia abajo.

_ ¿De dónde viene? - 
Me preguntó.
_ De La Rioja...de la Capital mejor dicho.
_ Yo cuando era chica mi papá me sabia llevar pa' los treintaiuno de diciembre. Despué semos empezado a quedar porque esta fiera la cosa y hay que cuidar lo animale.
_ claro...si, si. ¿Cómo te llamas?
_ Nancy Eusebia Mercado. Y su gracia ¿Cómo es?
_ Y...Escribir boludeces de vez en cuando.
_ ¿Su nombre...?
_ Metrero... me dicen.

     Las tres cuadras se convirtieron en metros y la compañía de Nancy se hizo fugaz.

_ Aquí es.

     Golpeó las manos y gritó:

_ DOÑA VICENTAAA!!! aquí la BUSCAN!!!.

     Se despidió, dió media vuelta y regresó a su casa. Fue inevitable deslumbrarme mirando su ancha espalda y los sensuales movimientos de su cintura oculta. Su andar femenino me distrajo por un bello instante que fue interrumpido por el golpe de un palo de escoba usado como bastón por una anciana encorvada, de cabellos blancos y ropa oscura. Habrá tenido unos ochenta y nueve años.

_ ¿Qué se le ofrece?
_ Ando buscado donde dormir.
_ Pase.
     Agarré mis cosas e ingresé. Era una de esas casas tipo chorizos de techos de palo y cañizos. El piso era de tierra y estaba recién regado. Había ese perfume a adobe y a casa vieja. Cruzamos un especie de comedor que en el centro tenía una mesa con un viejo mantel de hule y un pequeño jarrón con flores plásticas descoloridas. La pared estaba adornada por un almanaque de 1976 y el retrato de una joven pareja; de esos que tienen las abuelas, cuyo torso eran pintado y las caras se muestran casi de perfil.
     De repente se encendió el motor de la heladera Siam, que estaba apoyada sobre unos ladrillos y tenía en su techo un alcancía típica de yeso en forma de chanchito de boca.
     Ella caminaba lento ayudada por el bastón. Entramos a un pasillo y me indicó cual era mi habitación y me preguntó;

¿Por cuánto tiempo se va a quedar?
_ Hasta que se me acabe la plata...hasta mañana o pasado calculo... Cuanto me va a cobrar la noche?.
_ Cinco mil pesos la noche. 

     En plata vieja aclaró. La equivalencia en moneda actual eran cinco pesos. Acepté gustoso. Si cinco pesos me salía dormir, calculaba cinco para comer y cinco para despilfarrar por las noches, en esos lujos que solo en vacaciones son posibles. Entonces si iban a ser quince pesos por día, podía quedarme una semana completa. 
     Puse la mochila en una silla de asiento de cuero que había en la pieza y la caja con mi ropa la metí en un ropero que guardaba trajes viejos, que no quise curiosear porque me quería recostar un rato. La cama era de hierro y tenía un colchón relleno con lana de oveja. Era muy cómoda. Puse las manos en la nuca y me quedé mirando el techo pensativo; ¿Cuantas cañas habrá? ¿Tendrá novio Nancy? ¿Vivirá sola la viejita? ¿Las telas de araña serán de una araña pollito? ¿Sabrá la viejita lo que es un Ipad?.
     Miro el reloj y eran las seis de la tarde. Estaba de vacaciones y no quería perder un segundo tirado en la cama. Así que decidí ir a recorrer el pueblo.
     Salí de la pieza y fui hasta la cocina. Estaba la anciana soplando para que enciendan unas astillas en un brasero.

_ El baño?_ 
Le pregunté.
_ Al fondo, frente al gallinero.
     Salí al patio y me dirigí a una letrina recubierta con chapas, que estaba como veinte metros de la casa. Solo necesitaba lavarme la cara, así que saque agua de un tacho de doscientos litros que había cerca y me hice el peinado con cresta, como de costumbre.
     No había nadie en la calle. Caminé las tres cuadras hasta el lugar donde me había dejado la combi. Miré la casa de Nancy y me demoré a propósito simulando que me ataba los cordones de los mocasines. Estaba todo cerrado y no salió ni el perro.
     Seguí caminando y doble en una esquina. Llegué a una plaza que tenía unos árboles enormes que eran movidos por el viento zonda. Recorrí los alrededores y solo vi a un hombre sentado en una silla en la puerta de un negocio que tenía una publicidad del grupo "Manzana".
     La capilla estaba abierta, pero no había nadie. Aburrido por tanta soledad, decidí volver a tomar unos mates con doña Vicenta.
     Caminaba a la casa cuando me encontré de sorpresa con Ella, la única razón por la que podía quedarme a vivir en ese pueblo desolado; Nancy. Venía con una bolsa de los mandados.
     Son esas cosas de la vida que no podes creer que sucedan, que al reflexionar terminas con la profunda conclusión; "Por algo pasan las cosas".

_ ¿Cómo le va? ¿Se va a quedar en doña Vicenta nomás?
_ Si. ¿A dónde vas?
_ A comprar pan
     Un segundo después de terminar de pronunciar la “n”, no pude contenerme, la BESÉ. Si... Nunca besé a nadie de esa manera.
     Ella no puso resistencia, solo cerró los ojos, encogió los hombros y abrió las manos dejando caer la bolsa y el papelito que envolvía la plata del mandado. En ese momento no me importaba si era casada, si estaba comprometida o si había enviudado. Me dediqué a amarla en un instante infinito. 
     Terminamos de besarnos, tomé su cara con mis dos manos y nos quedamos con las frentes juntas, los ojos cerrados y sin aliento. Exhaustos de amor, abrimos los ojos, nos miramos... y ella dijo;

¿No tiene un chicle?

     Saqué del bolsillo de mi camisa la bolsa de nailon con los caramelos. Eligió el último media hora que me quedaba, y una gomita triangular de menta. Alzó la plata, el papel donde tenía escritas las cosas que debía comprar y se alejó de mi sin permitir que la acompañe.

_ Después se vemo!
_ ¿Cuándo?
_ Esta noche lo paso a buscar...
_ A quiora?!
_ Tipo diez, después del noticiero...
     Se fue apurada y yo me quede parado con mis dos manos abriendo la bolsita, viendo como se alejaba de mi nuevamente.
     Volví a casa de doña Vicenta. Estaba comenzando a oscurecer. Una polilla daba vueltas y golpeaba el amarillento foco del comedor. La temperatura había disminuido.
     Fui hasta la cocina y la anciana estaba sentada en el mismo lugar, remendando unos trapos que vaya a saber que eran. Su mirada se iluminaba con una pequeña llama del brasero. No quise interrumpirla. Di la media vuelta y fui a la pieza.
     Recostado en la cama, comencé dormitar. Mis tímpanos percibieron el movimiento de la cortina que servía de puerta.

_ Acá le traigo un pullo por si le hace frío a la noche...
_ Doña Vicenta!. Justo le estaba por preguntar como hago para bañarme.
_ Tiene que llevar al baño agua en el balde y la jarra para mojarse.

     La viejita se fue y me puse a preparar la ropa que iba a ponerme para la cita. Saqué el mejor calzoncillo que había llevado, un par de medias nuevas, las zapatilla de salir, el pantalón de vestir que usé en la recepción de séptimo, la remera de marca dudosa y la campera de cuerina negra. 
     Crucé el patio para llegar al baño con el toallón bajo del brazo, el balde de 20 lts y chancletiando los mocasines.
     A los minutos me encontraba interpretando la célebre melodía “Violeta” de Alcides parado sobre una palangana y echándome agua con la jarra como en una sección de fotos para esas revistas que consume el público femenino. Cuidando de no perder el equilibrio; cierro mis ojos grises para que la espuma del champú (que llevé en una botellita de remedio) resbale en forma ondulante por mi escultural cuerpo y se pierda por la letrina del improvisado baño.
     Ya en la pieza, reprimo mis glándulas sudoríparas con Odorono en crema y modelo mi distinguida cresta con naranja amarga. Un poco de colonia “Pibes” y estoy listo para adueñarme del corazón de cualquier mujer.
     Me voy nuevamente a la cocina a calentarme con el bracero y a esperar a la llegada de Nancy.
     Vicenta sigue cociendo en silencio. Me puse cerca y le pregunté;

_ ¿Usted vive sola?.
     Tardó en responderme. Cortó un pedazo de hilo de cocer con su boca, suspiró suavemente y me respondió con voz triste que vivía sola desde hace mucho tiempo. Me contó que su casa era grande porque ella tuvo una gran familia que el tiempo diluyo. Su esposo, un fornido trabajador de campo había fallecido hacía treinta años. Con él tuvo siete hijos que se marcharon a vivir a otras provincias siendo apenas adolescentes. Desde entonces sabía muy poco de ellos. Tres varones y cuatro mujeres. Me dijo que en la última carta de su hija Rosa, la más chica de todas, le contaba que trabajaba cama a dentro en una familia que la trataba muy bien. De los otros no sabía nada desde el año 96, cuando vinieron para la última navidad que pasarían juntos. 
     Le pregunté si los había buscado. Por su mirada me dí cuenta que no. Me dijo que nunca insistió en buscarlos porque no quería ser una carga para ninguno. Rezaba para que ellos fueran tan felices como lo había sido ella.
     Me dijo que no los extrañaba tanto como los tiempos en que la casa se llenaba con los gritos y corridas, o las noches de pasión con su fiel marido. Entendía que esos momentos no volverían jamás y que aquella felicidad se había marchitado como su juventud. Solo esperaba la muerte como corolario de una vida anónima, pero intensa, que destelló en un rincón olvidado del planeta.
     Alguien golpeó las manos. Era Nancy. Ya estaba oscuro, pero sin embargo pude ver que estaba hermosa. Llevaba unos jean de esos que tienen tribales bordados en las botamangas anchas y en los pies traía puesto unos suecos suela de madera adornados con chinches.
Con voz tímida me saludó:

_ Buenas noches, ¿Cómo le va?
_ Podes tutearme
     Se quedo mirando el suelo y parecía haberse incomodado. Yo me sentía medio arrogante y también me había incomodado.

_ Bueno...vos sos de acá, decime qué podemos hacer.
_ No sé, ¿Qué quiere hacer?
_ Tengo un poquito de hambre.
_ Hay un almacén que ponen mesas en la plaza, ahí podemos pedir algo.
_ Bueno, vamos.
     Llegamos a la plaza y nos sentamos frente al negocio que tenía el poster de "Manzana". De ese mismo lugar se cruzó un hombre morocho, de bigote, gordo con una rejilla en la mano.

_ Qué se van a servir?
_ Buenas noches, ¿Que tiene para cenar?
_ Pizza, Milanesa al plato y Sandwich.
_ ¿De qué son los Sanwitch?
_ De milanesa
_ Una pizza, entonces.
     Pensando en mis posibilidades diarias de cinco pesos, creí que pizza iba a ser lo más coincidente con mi presupuesto.
     Fue una velada inolvidable. Hablamos boludeces. Ella nunca entendió que es internet y menos que menos facebook. Yo tampoco entendí por que las mulas no pueden tener cría y menos que menos la diferencia entre higo y breva.
     Terminamos de comer, no importa quién pagó, y nos fuimos a caminar. Dicen que los momentos de seducción hay que generarlos, pero esos instantes eran creados por seres mágicos de otros universos.
     Después de caminar 18 vueltas a la plaza me dijo que se tenía que ir. La acompañe hasta la puerta de su casa.
_ Bueno Don Metrero, muchas gracias, muy lindo y muy rico todo.
_ Gracias a vos, pero la próxima vez pago yo.
_ Bueno chau...
_ Chau.
_ Chau...
_ Chau!!!
_ Chau, dale...entrá.
_ No no...comience a caminar usted. Chau.
_ No entra vos y yo me voy. Chau
_ No no no...chau
     Al igual que la primera vez la besé de prepo. Esta vez con la complicidad de la noche, el beso despertó la lujuria. Comencé a tocarle un pecho y no me dijo nada. En realidad no me dijo nada porque lo que tocaba no era su seno, sino un pliegue de su abdomen.
     Hicimos el amor parados en la puerta de su casa. Ella nunca puso resistencia, solo se encargó de amarme casi dos veces.
_ Que fogoso que es usted, pero mejor vallase porque se va a levantar mi papá en seguida nomás.
_ Bueno, mañana nos veamos de nuevo.
_ Bueno, chausito.
     Habrán sido como las tres de la mañana. Nancy entró a su casa y me quede solo, excitado en medio de una noche oscura sin luna, en un pueblo silencioso y desconocido. En un instante el placer se convirtió en terror.
     Mientras caminaba pensaba que le tendría que haber pedido que me acompañe hasta la casa.
     Llegué asustado. Menos mal que la puerta estaba abierta. Entré a la pieza, prendí la luz y me acosté vestido. El pánico se apoderó de mi imaginación:

_ Y si Doña Vicenta está muerta en la otra pieza...
_ Y si me aparece el alma del esposo de doña Vicenta...
_ Y si la deje embarazada a Nancy
     Para el colmo me habían dado ganas de orinar y tenía que ir al baño que quedaba en el fondo de la casa. Ya estaba acostado, no me había lavado los dientes, ni sacado los zapatos. Me relaje dormí con miedo. Al otro día me desperté meado hasta la nuca.
     Desde aquella noche nos amamos en todos los lugares solitarios del pueblo. A la siesta mientras dormía doña Vicenta, en el campo cuando buscábamos leña y a la noche en la puerta de su casa.
     La semana había pasado y el día más triste de las vacaciones llegó. La combi apareció en el mismo horizonte donde se había perdido cuando me dejo.

_ Prometeme que me vas a escribir.- Me dijo Nancy llorando.
_ No llores, porque nadie merece tus lágrimas y el hombre que merezca no vendrá de vacaciones acá.
_ ¿Qué puedo hacer para que te quedes a vivir conmigo?
_ No podemos hacer nada. Tengo que volver.
_ Yo voy a hacer algo para que te quedes conmigo.
_ Qué vas a hacer?
_ No olvidarte nunca.
Con esas últimas palabras salude a doña Vicenta y subi a la combi.

Me quede mirándola desde a dentro de la combi. Mirándonos a los ojos, apoyamos mano con mano en la ventanilla y el chofer aceleró lentamente el motor. Nancy comenzó a correr por detrás de la combi gritando que me amaba y no me iba a olvidar nunca. Abrí la ventanilla, saqué medio torso y las saludaba mientras me alejaba:

_ Adiós... adiós...!!! Gracias por todo!!!.
     Después vi que Nancy desapareció en una polvareda de tierra. Se había hecho cagar de un golpe porque había pisado mal con los suecos, esguinzandose el tobillo y cortado los ligamentos cruzados.
     Media hora después ya estaba llegando a La Rioja. Volver, ver las casitas de block, una doña regando la calle, chanquitos jugando, el aire de tardecita soleada y ese no se qué de mi tierra; me hizo dejar atrás aquella historia de amor y darme cuenta que no podría vivir en otro lugar que no sea mi lugar en el mundo.

El Escribidor

El madrugador de siestas

     Qué vida ingrata la del obrero que en las siestas de febrero, debe escapar de su pieza que parece un horno. Con sus sueños a cuesta, sa...